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CURATORIAL PRACTICE

Práctica Curatorial

Statement

When growing up, television played a fundamental role in shaping the structures through which I would observe and perceive life. In the early 90s, the period where my first years modeled my relationship with the world, Mexico suffered its first broadly known electoral fraud, putting into power a president elected “democratically” of the already 59-year-long ruling party. A president who years later, would steal around 100 million dollars from the public treasury leaving the country in a serious economic crisis, poverty, and social inequality. Nevertheless, this political party which enjoyed no real competition until the end of the 80s decade, broadly controlled the narrative on the media concerning not only hiding abhorrent governmental actions violating human rights like the Tlatelolco Massacre in 1968, or more recently, the 43 Missing Students in Guerrero (I do not need to add that all the responsible of these heinous crimes, today are free and enjoying of the fortune they stole from the Mexican people). But this dominant political party also controlled the narratives and the representation in film and media where coloniality infiltrated everything: how “beautiful, wealthy, respectable, educated, and valuable" people looked: all of them were usually white or lighter-skinned people, often with light-colored eyes. The rest of the people depicted on the screen were the poor, the working class, the “ignorants”, the “Indios”, and the criminals. All with a darker brown and Indigenous look. 

 

This is the context sculpting my visual representation of life, representations that were foreign to me, to how I looked, or how I experienced life belonging to a working-class family. These representations in film and media informed and reconfigured even the way I would observe myself through a foreign gaze constantly negotiating and generating uncertainty in the notion of one's identity.

 

When discovering the arts and becoming a professional in the field, I realized it is not exempt from the colonial gaze aiming for a distorted “translation” of otherness. The gaze (the eye) has historically been associated with control and surveillance and overdominates the other senses: "Must be seen to be believed" a popular phrase says. If it is true that art can be experienced as a multidimensional experience involving our 5 senses, the gaze has been overvalued as “more valuable and trusted” when appreciating live performance.

 

The gaze is powerful. It sets standards, creates mental structures, and has the capacity to coerce others, those who are different and far from colonial standards; in a defective translation exercise of unknown epistemologies. Reflecting on how the performing arts field concerning the region of my home country is subjugated to the arts field mainstream gaze and constrained to beg for its validation replicating and imitating dominant aesthetics foreign to our contexts, it is not adventurous to affirm that the performing art expressions produced in “underdeveloped” countries are undervalued, underrated, underestimated, in the same sense our cultures, our economies and the value of our people under the colonial gaze and its standards.

My practice commits to curating live performances and related nature works that will prompt a reflection on our mechanisms of interpretation of otherness, breaking established colonial standards and questioning the status quo of the mainstream classical values on the creation, production, and appreciation of live performance. My work is committed to celebrating inter- and trans-disciplinary live performance expressions of innovative Mexican, Chicanx, and Latinx makers that have been historically invisibilized and underrated and contributing to creating a more generous, broad, inclusive, and compassionate gaze in our ways of appreciating art and life.​​

Projects

Declaratoria

Durante mi infancia, la televisión jugó un papel fundamental en la configuración de las estructuras a través de las cuales observaba y percibía la vida. A principios de los años 90, el período en el que mis primeros años modelaron mi relación con el mundo, México sufrió su primer ampliamente conocido fraude electoral, poniendo en el poder a un presidente elegido “democráticamente” del partido gobernante que ya llevaba 59 años en el poder. Un presidente que años después, robaría alrededor de 100 millones de dólares del erario público dejando al país en una grave crisis económica, pobreza y desigualdad social. Sin embargo, este partido político que no disfrutó de competencia real hasta finales de la década de 1980, no solo controló ampliamente la narrativa en los medios de comunicación no sólo para ocultar acciones gubernamentales abominables que violaban los derechos humanos como la Masacre de Tlatelolco en 1968, o más recientemente, los 43 Estudiantes Desaparecidos en Guerrero (no hace falta agregar que todos los responsables de estos atroces crímenes hoy están libres y disfrutando de la fortuna que robaron al pueblo mexicano). El partido político dominante también controlaba la narrativa y la representación en el cine y los medios donde la colonialidad se infiltraba en todo: definía cómo se veían las personas “hermosas, ricas, respetables, educadas y valiosas": todas ellas solían ser personas blancas o de piel clara, a menudo con ojos de color. El resto de las personas representadas en la pantalla eran los pobres, la clase trabajadora, los “ignorantes, los indios y los criminales". Todo con un color de piel marrón, más oscuro y con rasgos o raíces indígenas.

 

Este es el contexto que esculpe mi representación visual de la vida, representaciones que me eran ajenas, a mi aspecto o a cómo experimentaba la vida perteneciedo a una familia de clase trabajadora. Estas representaciones en el cine y los medios informaron y reconfiguraron incluso la forma en que me observaba a mí misma por medio de una mirada ajena que constantemente negociaba y generaba incertidumbre en la noción de la propia identidad.

Al descubrir las artes y profesionalizarme en este campo, me di cuenta de que no está exento de la mirada colonial que hace una “traducción” distorsionada de la alteridad. La mirada (el ojo) ha sido asociada históricamente al control y domina sobre los demás sentidos: "Hasta no ver, no creer" dice la frase popular. Si el arte puede experimentarse como una experiencia multidimensional que involucra nuestros cinco sentidos, la mirada está sobrevalorada como un sentido “más valioso y confiable” cuando se aprecian las artes escénicas. La mirada es poderosa. Establece normas, crea estructuras mentales y tiene la capacidad de coaccionar a otros, a aquellos que son diferentes y están alejados de las normas coloniales; en un defectuoso ejercicio de traducción de epistemologías desconocidas. Al reflexionar sobre cómo el campo de las artes escénicas en la región de mi país de origen está subyugado a la mirada dominante del campo de las artes y obligado a rogar por su validación, replicando e imitando estéticas dominantes ajenas a nuestros contextos, no es aventurado afirmar que las expresiones de las artes escénicas producidos en países “subdesarrollados” son subvaloradas, subestimadas, menospreciadas, en el mismo sentido que lo son nuestras culturas, nuestras economías y el valor de nuestros pueblos bajo la mirada colonial y sus estándares.

Mi práctica se compromete a curar performances en vivo y obras relacionadas con esta naturaleza, que provoquen una reflexión sobre nuestros mecanismos de interpretación de la alteridad, rompiendo los estándares coloniales establecidos y cuestionando el status quo de los valores clásicos dominantes sobre la creación, producción y apreciación de la performance en vivo. Mi trabajo está comprometido a celebrar las expresiones inter- y transdisciplinarias de performances en vivo de innovadores creadores mexicanx, chicanx y latinx que han sido históricamente invisibilizados y subestimados, y contribuir a crear una mirada más generosa, amplia, inclusiva y compasiva en nuestras formas de apreciar el arte y la vida.

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